Escarbando en los reflejos.

Volver atrás, imposible. Ir adelante, inesperado.

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En algún momento pensamos que la vida va a detenerse de forma pacífica, como cuando le das una calada a un cigarro o inicia un suspiro, creemos que no va a detenerse abruptamente como en un paro cardíaco o como con la muerte, simplemente va a a tener una pausa, sólo un momento, para ponernos un espejo enfrente y decirnos «aquí estoy, ésta soy yo, la vida que te toca, deja de buscar.» Y luego nos damos cuenta de que no es así. Esto no va a parar.

Cuántas veces hemos estado en situaciones en las que hemos querido que la vida se detenga, que ése abrazo dure siempre, que nunca nos levantemos de esa comida familiar en la que todos a nuestro alrededor sonríen, que ese amanecer de color cálido y temperaturas fuertes dentro de las sábanas no se pase jamás porque estamos con quien queremos, o simplemente que el cheque de la quincena pudiera gastarse sin que se acabara, pero no es así. Todo pasa. Y, aunque no lo veamos, siempre hay más.

La vida tiene siempre el espejo para que la veamos aunque no siempre de frente. Es el escaparate de la tienda llena de candiles, está en el vestidor en la tienda de ropa, es el lavabo lleno de agua que nos ve la cara todos los días, está en el reflejo de ese piso brilloso en aquel restaurante barato que a veces visitamos. Siempre está ahí, siempre presente, siempre, para que seamos nosotros quienes nos detengamos un momento y la apreciemos, le sonriamos, le agradezcamos. Pero casi siempre la dejamos pasar.

Esperamos algo más, añoramos algo pasado, pensamos en lo que vendrá. Vamos de un lado a otro, de una salida a otra, de calles a edificios, y de la habitación al baño y viceversa. No limpiamos las ventanas, no pulimos los suelos, ignoramos con la prisa la depresión, los pendientes y muchos otros inventos que, donde quiera que estemos y como sea que estemos, aquí está, de frente para verla cuando queramos. Por abajo, por arriba, de un lado, o incluso atrás cuando le dedicamos un rato. Aquí está la vida diciéndonos de un millón de formas «aquí estoy. Ésta soy yo. Disfrútame. Deja de buscar.» Y, aún así, seguimos urgando.

 

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